Todos nacemos preparados para
aprender. Nuestro cerebro está programado para hacerlo. Otra cosa es la
motivación que tengamos para obtener cierto tipo de conocimientos.
Las conexiones que realiza el
cerebro se completan y perfeccionan, en mayor o menor grado, con los
conocimientos que se tienen de la experiencia anterior. Aquello que no se puede
relacionar con la experiencia anterior o con los conocimientos que se han
recibido, se percibe como algo indeterminado. Como todo en los procesos del
conocimiento, una buena técnica de estudio depende del sujeto que la va a
aplicar, de sus conocimientos, de sus necesidades, de sus intereses, etc.
Para ello debemos definir en
primer lugar una clara intencionalidad de para qué y por qué vamos a estudiar;
qué es lo que queremos lograr o conseguir con ese estudio. Ahora bien esa
intención, en un inicio debe establecerse como un objetivo alcanzable para no
frustrarnos al no poder conseguir un objetivo más elevado. Todo ha de hacerse
conociendo nuestras limitaciones para superarlas y nuestras capacidades para incrementarlas paulatinamente. Estos objetivos deben establecerse inclusive
cronológicamente, así entonces deberán ser inmediatos, a corto y mediano plazos
y finalmente de largo alcance.
Fijada nuestra intención y
establecidos los objetivos, no nos queda más que entrar a la acción. Es decir, es más o menos como planificar nuestras actividades de
estudio, para irlas desarrollando paso a paso, y de esta manera ir venciendo
las dificultades que en ese proceso ineludiblemente aparecerán.